Comencé a vivir en sincronicidad [1] con el universo, sin proponérmelo y sin saber aún lo que significaba realmente la palabra sincronicidad (hoy lo sé). Un día asistí a un congreso sobre Logoterapia en mi ciudad, una corriente dentro del pensamiento existencialista, donde disertaba el Dr. Rubinstein, un analista junguiano. Cuando comenzó a hablar sobre la simbología y las ideas de Jung, quedé completamente cautivada.
Su exposición me conmovió tanto que, al salir del congreso, fui directamente a comprar un libro de Jung. Elegí uno que me pareciera accesible para alguien que todavía no había iniciado la carrera de Psicología. Así llegué a El hombre y sus símbolos. Me lo devoré. Estaba absolutamente fascinada con su lectura.No sé si fue el libro o el proceso interno que ya venía gestándose en mí, pero sentía que algo estaba cambiando profundamente. Estaba, podría decir, en plena mutación de conciencia. Fue entonces cuando tuve un sueño significativo [2] que aún hoy recuerdo como un punto de inflexión.
Apenas crucé el umbral, el piso comenzó a descender, como si me encontrara dentro de un ascensor. De pronto, él ya no estaba. Me encontré sola, descendiendo hacia un espacio subterráneo y oscuro.
Al llegar, me esperaba un ser dorado en la postura Garudasana de Yoga. Su presencia irradiaba seguridad y una paz envolvente. No hablaba, pero sentí claramente que me estaba recibiendo, sus brazos entrelazados igual que sus piernas con sus manos unidas en actitud de saludo, mirándome nos comunicábamos con nuestras mentes. El ser dorado me guio hacia un pasadizo que conducía a una habitación. Allí había cuatro cunas transparentes con bebés en su interior. Recuerdo haber pensado: pero yo tengo tres hijos… ¿por qué hay cuatro cunas?
“Esto es lo que estoy buscando”, dije.
El joyero me lo entregó, pero al verlo exclamé: “No, este es blanco, plateado… yo necesito que sea de oro”. Él me sonrió con calma y me pidió que esperara. Entonces lo frotó suavemente hasta que el anillo comenzó a brillar, resplandeciente y dorado como el sol.
Lo tomé, me lo puse en el dedo de mi mano y salí de la joyería. Afuera me encontré en una calle muy transitada… y en ese instante desperté.
Cuando desperté, estaba en estado
de shock. Para mí, aquello había sido real: no lo había soñado, lo había
vivido. Más tarde comprendí que se trataba de un sueño significativo [2].
Este sueño me ha acompañado toda la vida. Primero, como una búsqueda por
comprender su significado: ¿Cuál era el mensaje de mi inconsciente?, ¿Qué
necesitaba aprender de él? Las interpretaciones que recibí de terapeutas y
analistas Jungianos nunca terminaron de satisfacerme; sentía que les faltaba
algo, una resonancia más profunda conmigo misma.
Hace un tiempo, con la ayuda de
la Inteligencia Artificial, volví a preguntar por el símbolo y encontré una
respuesta que sí me hizo sentido. Según la geometría sagrada, se trata de un
campo de energía tridimensional capaz de transportar al individuo a reinos de
conciencia superior. Se lo describe como un vehículo divino hecho de luz, que
une el espíritu y el cuerpo. También se lo utiliza como herramienta de
meditación y ascensión espiritual, pues se cree que brinda protección,
equilibra la energía y favorece el crecimiento interior.
Desde mi vivencia, lo entendí
como un mensaje de protección: sentí que estaba resguardada en el camino de mi
vida. Y así lo sigo sintiendo. Incluso en los momentos más difíciles que
atravesé, esa protección siempre se manifestó, ayudándome a salir de cada
situación casi como por arte de magia.
Solo puedo sentir gratitud y una profunda comprensión: estamos siendo guiados.
Las experiencias extraordinarias que nos suceden en nuestra vida, nos están
guiando en nuestro camino único y singular. Escuchar a nuestros sueños,
sincronicidades, instantes de lucidez y a nuestro corazón son la clave en
nuestra vida.
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