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Opuestos complementarios

En un intento por unir los saberes de Oriente y Occidente, me interesé por la astrología de ambos latitudes y en el Tarot. Durante un tiempo fui una asidua consultante de estas llamadas ciencias ocultas, movida por la curiosidad y, al mismo tiempo, por el deseo de comprender si realmente vivimos en el libre albedrío o si portamos un destino ya marcado. 

No puedo dejar de reconocer también mi necesidad de control, como si fuera posible controlar algo en este mundo tridimensional por el que transitamos como peregrinos de la vida. Ilusión del devenir. . ., pero así fue como me adentré en estos saberes. 

Cada vez que recibía un mensaje de los arcanos del tarot, surgía en mi un cuestionamiento interno, ¿esto me sucede porque me he condicioné al escuchar el mensaje, o porque iba a suceder igualmente?. Paradojas sin sentido en las que entraba, hasta que poco a poco, comencé a encontrarles un nuevo significado.  Comprendí que la tirada del tarot, desde la mirada de la sincronicidad[1], no predice el futuro, sólo me muestra el espejo de mi propio inconsciente, aquello  que ya habita en mi. La astrología, en cambio, me permite reconocer con que llego a este plano, cuáles son las herramientas con las que cuento para transitar mi experiencia de vida. 

Destino y libre albedrío no se oponen; coexisten, entrelazados. De ese entrelazamiento emerge el camino de la vida, que se va manifestando en cada paso que damos. Esta comprensión me permitió integrar dos miradas, que al principio, se me presentaban como opuestas, incluso contradictorias, pero que en realidad son complementarias. Los opuestos son, en esencia, parte de una misma totalidad. Cuando a través de nuestra reflexión y meditación logramos integrarlos, el emergente es algo cualitativamente diferente, en este caso, la vida misma en su expresión más plena. 

La tarea de comprender la dinámica de los opuestos complementarios, la percibo como una constante que se ha ido manifestando a lo largo de mi vida, ya sea por la simbología que ha emergido en mis sueños o de las experiencias que me ha tocado vivir.

La más antigua de ellas se remonta al momento en que fui nombrada por mis padres.  Al nacer, me registraron  con el nombre de Anahí y el apellido paterno Inda. Sin embargo al momento de mi bautismo católico, la Iglesia no aceptó el nombre Anahí, por considerarlo indígena y sin una santa que lo representara, corría el año 1952, en la Argentina. 

Para poder ser bautizada, se decidió entonces ponerme otro nombre: Adriana. Así fue como, desde muy pequeña, tuve dos nombres distintos uno para ser ciudadana y otro para la Iglesia. De más está decir que de todo esto me enteré cuando llegó el momento de tomar la comunión. . ., la vida me sorprendía. 

Aquel descubrimiento marcó en mi algo mas profundo que una simple anécdota familiar. Con el paso del tiempo comprendí que esos dos nombres representaban dos dimensiones de mi ser.  Anahí, el nombre dado por mis padres, encarnaba la conexión con la tierra, la naturaleza, lo ancestral representado en la flor del ceibo símbolo de nuestra tierra. Adriana, en cambio, representaba para mi lo estructurado, la norma establecida que no se flexibiliza ante lo individual, lo institucional y religioso.

Durante años sentí que tenía que elegir una u otra como si vivieran en mi dos identidades distintas, que pertenecían a mundos contrapuestos. Fui comprendiendo, con el tiempo, que ambas me conformaban, que en mi confluyen tanto lo espiritual y lo terrenal, lo intuitivo y lo racional, lo que da estructura y el movimiento que facilita el cambio. 

Esta dualidad desde el inicio de mi vida, inscrita desde mi nombre, fue el primer mensaje simbólico que recibí. Un recordatorio de que los opuestos no son excluyentes, sino que dialogan entre sí revelándonos una unidad que los contiene.


[1] Sincronicidad:  Simultaneidad de dos o más sucesos, uno psíquico y otro externo, que están vinculados por el sentido, es decir el contenido significativo es igual o similar. Jung, C.G. (2004). La Dinámica de lo inconsciente. Obra Completa. V.8. Edit. Trotta.

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